En la Hora de la Muerte

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La rueda de la vida

Dime humana calavera:¿Qué se hizo la carne aquellaque te dio hermosura bellacual lirio de primavera qué se hizo tu cabellera? La Gran Miseria Humana. Gabriel Escorcia Gravini (Poeta y leproso colombiano). 1892 – 1920 en la voz de Lisandro Meza (cantante vallenato) 1975, Discos Fuentes

Tengo 37 años y varios intentos de suicidio fallidos. Varios son más o menos tres o cuatro. En el más dramático de todos terminé en una clínica y al despertar lo primero que vi fue a mi madre consentirme el rostro con sus ojos sombríos. Me desperté amarrado con sábanas a la camilla. El psicólogo de la clínica me preguntó qué quería hacer. Yo le dije que quería irme a mi casa a trabajar.

Se conoce como Halsgerichtsordnung (Ley Laríngea, en una torpe traducción mía) a la primera ley incluida en un código penal de países germano parlantes. Luego de confesión obligatoria inducida incluso por tortura, la ley proponía el castigo de la fechoría y del pecado con la rueda; el cuerpo del criminal era dispuesto sobre o alrededor de una rueda de carreta que posteriormente se izaba mediante un mástil exhibiendo el cuerpo moribundo del delincuente al cielo, para que en consonancia mitológica, los cuervos y buitres lo devoraran. El Emperador Maximiliano I instauró tal reglamentación en el año de 1499 dentro de lo que la historia política universal reconoce como el primer Reich, y que más cristianamente, más familiarmente recordamos como Sacro Imperio Romano Germánico. Podríamos considerar esta rueda como una forma ergonómica avanzada de la crucifixión.

Margarethe Drexel, buena católica hija de la muerte, ha llegado a México descifrando la caracterización tanática en el mundo, posiblemente de igual forma que el poeta colombiano del gótico tropical Escorcia Gravini buscaba a los muertos por tener miedo a los vivos. Nada nos causa más inquietudes durante nuestra pobre vida ansiosa que la muerte misma. La obra de Drexel hace posible otear una filosofía mística mediante la cual se aprende a morir, sugiriendo el baile de la muerte que nos desclasa, nos hace a todos iguales y conscientes de nuestra vanidad. Su investigación comprende tanto citaciones a la historia de la pintura medieval europea como relaciones académicas con la iconoclastia accionista de posguerra vienesa.

Pero algo le llama la atención a Drexel, desde su ser tirolés regionalmente aislado de las idiosincrasias mestizas: ¿Cómo es que nosotros (latinoamericanos cholos híbridos biennacidos, digo yo) podemos nombrar la muerte con epítetos amorosos como mami, mamita, mamacita? Es cierto y está escrito en piedra, nos referimos a la muerte como nos referimos a nuestra amante. ¿Somos nosotros, hijos de la muerte de nuestros antepasados y padres de los muertos del futuro, sobrevivientes del genocidio sistemático de nuestros tristes pueblos cantantes, capaces de sobrellevar el baile macabro de nuestra propia historia bastarda? La pregunta es tan forzada que ni siquiera arriesgo una respuesta. No obstante le llamamos mamacita, como quien ama y llora a su madre amando todavía su amor perdido; como quien ve pasar a una mona, a una güera, a una bella chola regguetonera y quiere decirle: ¡Dame hijos! ¡Quiero ser uno contigo y morir de hambre y de amor!

Aquí está una mujer investigando por el mundo la muerte como madre, enseñándonos a nuestra madre muerte, hija de la vida.

- Andrés Felipe Uribe Cárdenas, 31 de julio de 2019 Bogotá